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Iguales pero diferentes.



En algún punto de la encarnada lucha por los derechos de las mujeres, perdimos el objetivo, pero antes de que me taches de loca, expongo mi idea: había un feminismo que décadas atrás buscaba defender los derechos de la mujer y que deseaba una sociedad de igualdad, pero algo pasó y perdimos el piso, el feminismo radical se ha convertido en un lucha por la superioridad, ha dejado de lado a la mujer que antes defendía y se ha convertido en su némesis.


En la desventurada carrera de exigir el reconocimiento de la mujer a la par del hombre hemos abandonado la idea de que la mujer y el hombre son diferentes que las necesidades que como personas tenemos no son las mismas, la feminidad habla de sensibilidad, de una forma muy particular de relacionarnos y estas no son limitantes sino complementos en el desarrollo de todo ser humano y de toda sociedad.


En su libro “La Guerra No tiene Rostro de Mujer” la ganadora del premio Nobel de literatura Svetlana Aleksiévich recoge los crueles testimonios de solo unas cuantas del casi un millón de mujeres que combatieron con el Ejército Rojo durante la segunda guerra, en esos testimonios narrados de viva voz de las sobrevivientes encontramos que aquellas que se desempeñaron a la par de los hombres manejando un tanque de guerra, como francotiradoras, lanzando misiles desde un avión o como soldados de radiocomunicaciones vivieron situaciones que pudieron afrontar con la misma valentía y capacidad de un hombre, sin embargo en el ocaso de sus vidas, manifiestan que lo vivido les dañó de sobremanera su espíritu, su ser, su esencia.


Si bien las experiencias de guerra son traumatizantes para cualquier ser humano, podemos transponer esa experiencia a la actualidad donde el mundo actual y el feminismo radical nos está arrojando a hombres y mujeres a un campo de batalla donde todos debemos actuar de la misma forma apocando sentimientos propios de la naturaleza humana con tal de salir bien librados en lo escolar, en lo profesional, en lo político y en lo cotidiano y eso lo sabemos y lo vivimos de una u otra manera cada una de las 63 millones de mujeres que vivimos en México, con el afán de mostrarnos fuertes hemos olvidado nuestras principales fortalezas: el tejer relaciones, el saber acoger, aceptar y educar a la sociedad, el optimismo, la paciencia y la búsqueda de acuerdos, una característica nata de las mujeres que estamos matando solo para lucir políticamente correctas .


Hoy más que nunca México necesita que reforcemos el tejido social, y no hay otra forma que mostrarnos como somos, con una postura más madura y menos radical, que trata de encontrar un punto medio de equilibrio para la vida, rechazando el enfrentamiento pero manteniendo firme la lucha, buscando siempre la complementariedad y el equilibrio, para que sociedad y familia puedan convertirse en el lugar donde se respete y promueva la dignidad de cada persona: masculina y femenina.


Vivas nos queremos, sí, pero además nos queremos firmes en nuestra feminidad y no en confrontación con los hombres sino como verdaderos aliados para el crecimiento como sociedad.


Porque al final del día somos resultado de nuestras decisiones.




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